miércoles, 6 de noviembre de 2019

Cuatro Elegantes desde el Monte


Cuatro elegantes me miraban desde el monte, ellos sabían que lo que iba a construir iba en contra de las leyes de lo conocido o lo sagrado, pero no me importó; sus miradas, sus gestos de desaprobación ya no me interesaban; el sol les daba por la espalda, por lo que la contraluz me ayudaba a ignorarles; ya no me importan, no me importa lo que hayan hecho por mí o lo que yo haya hecho por ellos, su juicio se queda dentro de su opinión, yo construí mi castillo.
Trabajé todo el atardecer colocando cuidadosamente mis insectos en cada pared como lo había instruido dentro de mis esquemas, tallé las letras tal como estaban grabadas en los libros de donde las había sacado; cada piedra, cada ladrillo, cada ornamento lo coloqué como mis manuales me lo indicaron; y ellos yacían ahí, parados en el horizonte, mirándome…
Cuando llegué a construir la pared principal de mi palacio, uno de ellos dijo algo al de al lado, los otros dos escucharon; yo no pude oír desde donde estaba, pero cuando la información llegó a los cuatro, uno de ellos dio un paso al frente, estiró su mano abierta y todo el trabajo de mi tarde se vino abajo derribando cada detalle en mi arquitectura. No quedó nada sino pedrerío y columnas de humo cual pilares.
Yo pregunté “porqué”, la cabra tomó la palabra diciendo “todo lo que has construido no podía ser un templo para la eternidad sino una prueba que pese a ésta, ésta no existe
Los cuatro elegantes se difuminaron entre las arenas que la ventisca nocturna arrastraba; yo permanecí la noche entera junto a mi desastre para esperar el día y volverlo a intentar, como lo había hecho tantas veces antes.

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