lunes, 9 de diciembre de 2019

El Fin de la Primavera (El Relato sobre Asmodeus)


I

Sucedió a las tres en punto de la tarde, en esa época esto no era un desierto, era el paraíso; éste se secó años más tarde, cada una de las plantas que hubo aquí se secaron, se convirtió en un grano más de esta bastedad; habrá quien te diga que esto era un océano, y quizás antes lo fue, pero en ese tiempo era un oasis, un punto inmenso en la inconmesura del universo, era el lugar perfecto en la mente de quien lo haya habitado, cada gramo de aire en este lugar era preciado, era éxtasis, el tiempo era muy diferente a como se marca ahora; en esa época la existencia era eterna y entera, no era el calvario de la espera que ahora es; no había conceptos sobre bien o mal, había placer, pero ellos estaban tan empapados de plenitud que no había línea que diferenciara la gracia de la desgracia, no era un mundo en balance, todo era gloria, todo era permitida, y al nada ser prohibido nada era rebeldía, ésta no existía, por lo que a ninguno antes se les había ocurrido.
En la actualidad se narra idioteces sobre costillas, pero la verdad es que nadie sabe cómo comenzó, quién fue primero y quién fue después, solo existían, teniendo el recuerdo del instante previo como única referencia del antes y el después.
En la actualidad se habla de alguna prohibición de frutos de perdición, frutos sagrados, de pecados sexualizados, pero la verdad es que sin referencia no puede haber referenciación de nada, solo existían, no entendían su existencia, y era tan perfecta que era innecesario comprenderla, ellos solo permanecían, existiendo, bellos, como flores, no era necesario cuestionar nada en absoluto, cuando uno es, y nada cuestiona su existencia, el jaque de la existencia es una inexistencia; si todo es perfecto el hambre y el dolor no existen, si el existir es placentero, la líbido tampoco tiene un porqué de existir. El mito del pecado nace en base de la ausencia de saciedad, si uno es eterno el pecado y el cuestionamiento son impensables.
Adán y Eva existían absolutos, plenos, eternos, no temían a la muerte, al frío o la inconformidad. Tampoco los menciono como conformistas, como sumisos de la situación, pues estas terminologías nacen dentro de nuestra humanidad, humanidad que contiene el sufrimiento, el miedo y la supervivencia como elementos prioritarios para el llevamiento del existir; nuestras existencias, finitas, tienen necesidades y parámetros muy diferentes a los existidos en ese lugar, ese que dio origen al río Eufrates y al río Tigris. No, tenemos contemplaciones muy diferentes a las que ellos tenían. Rebeldes de la literatura teológica llegan a mencionar que en algún momento los dioses envidiamos a los humanos, pero ¿cómo habría el todo el envidiar al instante? La envidia del dios al humano es una invención patetista ¿cómo habría el humano de envidiar a la mosca? La mosca vuela, tiene una visión plena, es hasta cierto punto inalcanzable, pero se la vive existiendo para la mierda en la que habitará, la mierda que le conformará y la mierda en la que morirá, en un tiempo risible para la complejitud del humano; ese es el mismo caso del axioma de que los dioses enviaron a los hombres, lo cual es estúpido y se torna simplemente el discurso de los perdedores, el lema de quien pierde y busca decirse a sí mismo que ha perdido pero esto no le hace inferior a los vencedores. No, el vencedor siempre es vencedor, el perdedor siempre es perdedor. Siempre y nunca son conceptos absolutistas en las visiones humanas, pero no para los dioses, ambos conceptos son instantáneos y eternos, como lo es el todo y la nada, insignificancias efímeras a las que les hemos dado sentido a lo largo de los años.
Yo he permanecido como piedra por milenios, he hibernado en un clima infernal en medio del desierto; generaciones han ido y venido durante todos estos años, y para mí tan solo ha sido un parpadeo. Hoy que despierto veo el nuevo mundo inundado de ignorancia y violencia, de malicia y rencor, y veo que la caída de Amon ha perjudicado más de lo que pensé que pasaría en los tiempos del diluvio y el primer levantamiento.
Llevo segundos que he despertado y puedo sentir el aire, viciado y lleno de terquedad, acomplejado, contrario al Edén, contrario a la gloria de mi amo Marduk, absorbido por el desastre, el miedo y la soberbia, el mundo no es ni un gramo de lo que alguna vez lo fue, y puedo bien entender de dónde ha surgido el odio que nos empaña…. Asmodeus


II

Adán y Eva tenían una mesa, un mantel cuadriculado con la ubicación del cosmos aún sin nacer marcado en la cuadratura de su existir; se dice que existían en un placer concebido por la existencia de los hombres de esta época, pero eso es mentira, ellos nunca necesitaron de los sentidos explotados como ahora para encontrar la felicidad y plenitud en sus existencias, ellos se sentaban y se miraban, ellos hallaban en el mirar del otro todo el amor y solución que la entropía de una existencia sin problemas pudiera provocar. Ellos no comían, pues existir era tan satisfactorio que nada más era necesario. Ellos no procrearon, pese al mito de los descendientes de ellos, pues el sexo era innecesario ante la magnanimidad de las miradas. Mirarse, entonces, era de las sensaciones más hermosas jamás experimentadas en el conocer de los que ahora habitamos el cosmos. Del inicio al final de este no había plenitud más grande de la que ellos sentían; nunca pensaron en travesuras o retos contra su origen puesto que nunca pensaron al respecto, no daba tiempo de pensar de dónde venían, pues el flujo de la vida atravesaba sus miradas estando ellos dos sentados por milenios y milenios. Y no, ellos no eran dioses, ni nada parecido a los conceptos que la humanidad ha venido desarrollando sobre la anormalidad de los superiores; no, solo que la muerte y el nacimiento parecían no haberse inventado en aquella época, el tiempo, talvez tampoco, solo que ¿cómo habría de contar sobre el inicio de la historia, sino cubriera mi narrativa en patrones que quien me escucha podría entender?
Eva vestía una túnica muy clara en su frágil y perfecta forma, ella estaba sentada del lado izquierdo de la mesa, su negra y bella cabellera era movida por el viento, no quitando el calor que el bello día proveía, el calor tampoco existía, porque el frío tampoco lo hacía; el movimiento de su cabello era un atractivo más a la composición del todo maravilloso; ella le sonreía a su compañero sin saber que existía algo peor o algo mejor, quizás no en ese preciso momento, pero lo habría, cuando el tiempo comenzara a marchar de la manera que ahora lo hace.
Él, silente, respondía a su sonrisa, la disfrutaba, no creía ni imaginaba algo mejor o algo peor; tampoco recordaba, pero gustaba de sus túnicas porque les complementaba y se volvían elementos predilectos de la estética paradisiaca en la que había permanecido todo este ¿tiempo? A él le gustaba estirar sus brazos por sobre la mesa para tomar las manos de ella; adoraba su sonrisa y la diferencia que físicamente tenía ella con él.
El resto era paraíso, flores, vegetación, un firmamento azulado, un aire fresco puro y lleno de energía, empoderamiento que a cada respiro les volvía más plenos e infinitos.
Ellos no conocían más allá de lo que veían, pues pocas veces se levantaron de la mesa en la que estaban, pocas veces se cansaban de ellos mismos, pero pocas veces se alejaban más que instantes el uno del otro, se necesitaban, y pese a que el umbral con nuestra realidad ya existía en ese entonces, pocas veces llegaron si quiera a mirarlo, ese umbral era una idea que irrumpía su cotidianidad como lo es un estornudo o un rápido calambre para los sentires de nuestro existir. Se alejaban de su mesa por minutos para correr a los brazos del otro entonces, y abrazarse y tocarse para reconectarse a la plenitud. Amaban el contacto con el otro, pero el control absoluto lo hallaban sentados uno frente al otro, pues al correr y abrazarse, tocar sus rostros, brazos, cuerpos completos sentían que rompían ese todo que causaba su felicidad; era esta misma razón por la que nunca se acercaron a los árboles frutales de su entorno; cada fruto infinito, siempre fresco, era parte del decorativo de su hogar; nadie sabe si llegaron a pensarlo, pero jamás arrancaron una fruta de ninguno de los árboles que les rodeaban, todo era muy bello para ser tocado, y si no había una razón o necesidad para irrumpir en la naturaleza de este todo ¿porqué hacerlo? Disfrutar el momento nunca se volvió a vivir como ellos dos lo hicieron durante ese largo instante.
Pero como todo flujo, todo lo que existe y todo lo que se ve provino de algún lugar y desemboca en otro…

III

Sucedió a las tres en punto de la tarde, ella le miraba con el cariño y pasión con la que siempre le miraba y vio caer una de las manzanas del árbol que quedaba justo a espaldas de su compañero. Inevitablemente su semblante cambió y esto, por supuesto, provocó una reacción de quien no había apreciado el comienzo del otoño en ese paraíso que terminó siendo no eterno, sino simplemente prolongado.
Nosotros le llegamos a llamar El Fin de la Primavera, ese momento en que la manzana se desprendió de las ramas del árbol y el semblante feliz de Eva conoció la decepción. Ese preciso momento fue cuando conocieron a la muerte, la caída de la manzana denotó la vulnerabilidad del todo, cuando comenzó a sonar el palpitar del reloj y se percataron de la crueldad de la existencia.
Adán volteó para ver qué era lo que había afligido a la dama que nunca paraba de sonreír, pero antes de encontrar a la manzana caída a la sombra de su árbol, ella le privó de la verdad, acariciando su mano y mintiendo con su mirada la primera de las tragedias de las que se tiene conocimiento. Él le cuestionaba con la mirada, pues aún las palabras no eran inventadas, ¿qué era lo que había sucedido? Y ella interpretó la felicidad como las mejores actrices de esta época lo hubieran hecho, ella le privó del conocimiento de la tragedia, pero la verdad era inevitable de ser conocida. Él dejo de confiar en ella. Él no era tonto, él sabía que algo había sucedido, y como ahí nunca nada había sucedido, sabía que su historia había llegado a su final. Ella tragó saliva más veces que nunca pues sabía que él ya no le creía, ella sabía que esa manzana marcaba el final del todo como lo conocían. Él la miraba y la sonreía para ocultarle que no le creía, él sabía que si todo estaba al borde del abismo habría de postergarlo hasta el último de los instantes de ser necesario ¿cómo habría de confiar en ella ahora? ¿estaba en peligro? ¿qué ocultaba? ¿el recuerdo ha regresado y la verdad es crucificante? ¿cómo revelar el secreto sin que se de cuenta? ¿cómo darle la espalda a quien tan gravemente te ha engañado?
La paranoia nació también en ese momento, ninguno de los dos toleraba estar sentado frente al otro, ya no existía nada ahí, el placer se terminó, la confianza se comprendió ante el origen de la desconfianza ¿cómo saber lo que ella oculta sin morir en el intento? ¿cómo evitar que él se dé cuenta de la tragedia del instante sin evidenciar que todo había llegado al momento cumbre? El fin del mundo había comenzado y el otro podría ser el que apuñale al otro en la espalda, simplemente porque sí, simplemente porque la muerte había aparecido, y ¿porqué no estrenarla?
¿Cómo evitar que se diera cuenta? ¿cómo puede ella hacer que no voltee y olvide el ocultamiento? La angustia y la ignorancia sofocan cuando no hay respuestas en un mundo que no había avanzado desde el momento de su creación. Ella acariciaba la mano de Adán para distraerlo, pero sabía que el tiempo había llegado a su fin, y su palma sudada más que prevenir que mirara lo impulsaría a escapar de ella. Ella hizo lo único que conocía que había sucedido, facilitar la existencia de algo más, un nuevo elemento dentro del paraíso, Lilith.
Lo había olvidado, pero ella sabía que lo conocía, ella recordaba el comienzo del todo, solo lo ofuscó por una temporada. En su lamento recordó que ellos habían sido provistos para la generación de maravillas, y que ellos dos habían sido los que habían construido el todo, solo que lo habían olvidado. Cuando la felicidad es tan plena ¿porqué no olvidar lo deformante? Pasaron siglos y no pasó nada ¿porqué volvería a suceder algo nuevo de repente? La memoria pareció conveniente ahora y a sus espaldas se generó una nueva dama, una mujer hermosa pero deformada por la cornamenta del suplicio del momento. Adán no tuvo alternativa que mirar.
Mientras la manzana afeaba el todo conocido, ahí tirada provocando el desorden en la tierra de la monótona perfección, una nueva dama, muy diferente a Eva había surgido tratando de justificar la nueva era que estaba comenzando; sin embargo, mientras que ellos había sido generados con la gracia de la alegría, Lilith había sido creada de la agonía de la mentira, por lo que en su terrible mirada caminó hacia ellos sin provocarles miedo, sino asombro. Se quedó parada a espaldas de Eva y la ignoró, pero atrapó a Adán con su mirada, le sedujo con su ser, haciendo lo que ninguno de ellos había hecho jamás, habló.
“Asmodeus” decía “Asmodeus” figuraban sus labios hipnotizando al entontado con la magia del nuevo génesis. Eva la ignoró también y siguió acariciando la mano de Adán, sonriéndole, pero a él ya no le interesaba ella. Lilith era más imponente, más exótica, más pecaminosa, por lo que aventó la mano de su Eva, se levantó de la mesa y caminó hacia la cornuda, se acercaron el uno al otro, se observaron, se acariciaron, se abrazaron, y con todo esto traicionaron a la madre de las eras. No obstante, ante la falta de precedentes ante situación como la que sucedía, Eva no sabía cómo responder, solo se mostraba traicionada e inutilizada. Adán y Lilith se besaban cuando él la separo para preguntarle con la mirada qué era lo que Eva le había estado ocultando, Lilith entonces señaló la manzana diciendo “Asmodeus”
Adán soltó a Lilith y caminó hacia la manzana para recogerla, la tomó en sus manos para observarla, culpando a Eva de su caída, se señaló y juzgó, le pensó profanadora del paraíso. Lilith se enorgullecía de sus acciones, sabiéndose ahora suplantadora del reino del Edén, nueva reina del todo.
Adán veía la manzana decepcionado de todo lo que su relación había parecido representar, destruido por la mentira de quien había amado, solucionado y envalentonado por la nueva mujer que había aparecido aparentemente de la nada. Eva ya no era digna de quererle o de recibir amor de éste; la nueva mujer le supliría y disfrutaría de esta plenitud profanada por la inexplicable maldad de aquella entonces primera mujer.
Acercó la manzana a su pecho, suspirando, y derramó una lágrima por su caída, el paraíso nunca volvería a ser lo mismo por esa desdichada y mentirosa mujer. Eva no sabía cómo proceder, por lo que se acercó a Adán buscando explicar cada evento de la situación, pero como el lenguaje era inexistente en ese momento, ninguna palabra pudo salir de la boca de la despreciada. Empujaba a Lilith y forcejeada, gesticulando, pero ninguna de las formas era argumento suficiente para regresar el mundo a su estado original, por lo que en su desesperación y suplicio, arrebató la manzana a Adán, y la llevo inmediatamente a su boca, arrancando un pedazo de esta con una gran mordida violenta. La manzana sangró, en el pedazo faltante se marcó la sangre de la devoradora justo con la figura de sus fauces destructoras.
Adán quedó perplejo y Lilith sorprendida, extasiada en su interior al entender el símbolo de la mordida. Furiosa, Eva terminó de comer cada pedazo de la manzana, dejando el centro visible rápidamente, el cual aventó a su excompañero con una ira desesperante, llorando, conocedora del sacrilegio de su decisión.
Su llanto fue tanto que cayó al suelo sin energía restante. Adán tampoco se contuvo y sollozó también, mientras cada hoja del paraíso fue marchitándose con su dolor. Cada hoja se secó en la tierra del Edén, y los tres estuvieron ahí para contemplar la muerte de la belleza y el nacimiento de la muerte.
Al terminar el deterioro Lilith levantó a Adán, lo acarició consolante y se lo llevó, perdiéndose entre el otoño calcinante que acababa de nacer.
Eva quedó sola hincada en medio de las ruinas de su reino; ahora que existía tiempo se dice que permaneció ahí por bastante estadía, siendo quizás semanas o hasta meses las que estuvo sollozante hasta que finalmente la vida se le escapó del cuerpo como toda energía se separaría de su fuente de un momento a otro tras la caída del Edén ante el nacimiento de Asmodeus.
Fueron Adán y Lilith los que inventaron las sensaciones y las cadenas de legado, los que construyeron las plaquetas de la humanidad y la brujería, pues la misma magia que les engendró a ellos nos engendró a todos… esta magia a la que los humanos bautizaron como “vida”.